El pellizco

No sé en qué momento de vuestra vida os encontraréis cada una. A lo mejor estáis en esa etapa efímera que es el enamoramiento, una etapa maravillosa, sobre todo si os corresponden. Esa etapa en la que dormir, comer y cualquier necesidad básica se vuelve secundaria porque lo único estrictamente necesario para vivir es respirar y compartir tiempo con esa persona maravillosa, increíble, que no tiene defectos y, que si los tiene es que son hasta graciosos (ay, alma de cántaro…). En esa etapa piensas que cómo es posible que tú seas la única que te hayas fijado en ese individuo si prácticamente es perfecto. Y la vida te sonríe, tú le sonríes a ella y la diabetes se te dispara y la gente te mira mal porque sí, porque tanta felicidad resulta bastante molesta al resto de los mortales. En un poco de envidia. Se admite y no pasa nada.  

Enamorarse es como viajar, pero sin desplazarse del sitio. Cuando nos vamos a otro lugar de vacaciones, nuestros sentidos se agudizan y de repente estamos más atentos a los olores, los sabores, lo que la vista nos transmite… Pues con el amor igual; en general las cosas se recubren de un barniz de magia y colores vibrantes y llegas a pensar que la gente no es tan mala en realidad, que los políticos hacen lo que pueden, los pobres, y que no es cambio climático, sino que siempre ha habido etapas durillas de sequía. 

Y cuando estás con la persona que quieres… Ahí sí que se agudizan los sentidos. ¿Os habéis fijado en las novelas? Él siempre huele a algo. A cedro, a mar, a canela (no sé yo, eso de estar con un tío que huele a bizcochito todo el rato…), a limpio (bien), incluso a sudor, pero no al del sobaco del señor feo que te toca al lado en el bus, no; es un tipo de sudor maravilloso, excitante y absolutamente inexistente. Pero volviendo a la realidad, a esa primera etapa del enamoramiento (con sus balbuceos, sus terribles malentendidos y la explosión de todo complejo de la infancia que cada uno arrastre), lo cierto es que sentimos un montón de cosas. Muchas son sensaciones que atañen al corazón. Son etéreas: estás de mejor humor, te vuelves más comprensivo, activas el modo disfrutón…

Pero otras sensaciones son físicas. Y no me refiero solo al placer que provocan los besos, las caricias y al sexo. Me refiero a una manifestación física muy concreta del enamoramiento. Lo que vamos a denominar el pellizco. También es conocido como el vuelco de estómago, las mariposas (si estamos cursilitas), o como decían Marta y Marilia cuando eran superamiguis: «¿Por qué ya no me baila un gusano en la tripa…?»

¿Sabéis ya a lo que me refiero, verdad? Esa especie de calambre que se produce cuando recibes una mirada especial o te dicen algo que conecta con una parte muy íntima de ti… Notas que algo vibra en tu interior, y ese algo podría estar en la zona del estómago, pero yo diría que es un poco más arriba, casi rozando el corazón. Que, por cierto, el corazón también duele. En esta etapa de enamoramiento desaforado, cuando los sentimientos están tan rabiosos, cualquier duda o mal gesto también provoca daño físico; te llevas la mano al corazón porque te duele justo ahí, aunque no tengo ni idea de cuál es la explicación científica de ese dolor, ni tampoco me interesa.  

Volvamos al pellizco. Decía antes que cuando se está enamorado hasta las trancas, se siente ese pinchazo con frecuencia. Pero seamos francos, el enamoramiento feroz se pasa relativamente rápido. Dos años máximo, dicen los estudios. Y después queremos a nuestras parejas, las podemos querer muchísimo, pero pinchazos… Como no sea el codazo que recibes por un mal giro en la cama, pues son más difíciles de sentir. Y eso no quiere decir que no sea amor, por supuesto que no. Es otra fase, y es natural y es sano. Dicen que si estuviéramos siempre enamoradísimos el mundo se iría a pique, y el capitalismo no digamos, porque no sé qué opinan los expertos, pero estoy convencida de que el rendimiento de una persona cuando está enamorada se reduce de forma considerable. Está la tortícolis por tanto mirar las estrellas; flato crónico de tanto suspirar; por no hablar de las arrugas que provoca tanta sonrisa. No, el enamoramiento tremendo y arrebatador a largo plazo es insostenible. Y yo, desde luego, no lo cambiaría por la confianza, la seguridad y la estabilidad que me aporta mi pareja.

Pero echamos de menos el pellizco, ¿a qué sí?

Por eso vemos películas de amor, escuchamos canciones y, sobre todo, leemos romántica. Me parece una manifestación sublime de la evolución humana (toma ya), que leyendo algo en un libro, algo que por tanto no existe en realidad, tu cuerpo reaccione físicamente como si tuviera el estímulo delante. Solo es tinta y papel, pero tu vello se pone de punta, te recorre un escalofrío y sientes ese ramalazo de dolor placentero en la parte baja de las costillas. Qué pasada, ¿verdad?

Yo venía de una mala racha de lecturas. De esas de meh, ni fu ni fa. La mayoría de las novelas que había leído estaban bien, graciosas, pero con tantos clichés y tan previsibles que sí, me distraían, pero no me llenaban. De hecho pensé, con dramatismo: «¿Será que me he hartado de la novela romántica?». Esperaba que no, porque con todo lo que estoy liando con lo de la web y tal, y ahora resulta que aborrezco el romance. Y con tanto color pastel ahora cómo redirigirme al gore, Dios mío, aunque cosas más raras se han visto (véase Dover y su evolución musical). 

Pero no, no, era una crisis pasajera. Empecé con Gente que conocemos en vacaciones, de Emily Henry. Ya me había leído de ella La novela del verano y me gustó mucho. Era un audiolibro, no sé si influyó, porque hay que ver qué bien leen las personas que leen audiolibros. Pero centrémonos, estaba escuchando ese audiolibro. Y ocurrió. Intentaba salir de un parking especialmente complicado y de repente, me puse a temblar. Os lo prometo. Era casi el final de la novela y, ni siquiera era el desenlace de la historia de amor, pero la protagonista tuvo una revelación que hizo que me estremeciera. Así que ahí estaba yo, en mitad de un laberinto oscuro e infernal lleno de dióxido de carbono, pero con un colibrí aleteándome por dentro y las lágrimas a punto de caramelo. Quién lo diría

Poco después leí, con muchísimo retraso, lo sé, Cariño, cuánto te odio, de Sally Thorne. También era un audiolibro. Dios mío, cómo lo disfruté. Es que eso fue un pellizco continuo. Ya no es solo lo graciosa, inteligente y bien escrita que está, es la tensión que la autora crea entre los dos protagonistas que te mantiene al borde del colapso a lo largo de toda la obra. Disfruté muchísimo leyéndola. Así que me quedo con el blog de romántica. Nada de gore (por ahora). 

Eso no quiere decir que las lecturas que he mencionado os vayan a gustar a todas ni tampoco que os vayan a generar las mismas sensaciones que a mí. Con las novelas pasa como con el amor, lo que a algunos les parece especial, a otros se las refanfinfla. O simplemente no es el momento adecuado para que surja la chispa. Pero si surge, madre mía, qué maravilloso es leer novela romántica. Si la obra es buena, el mejor género de todos. 

¿Y a vosotras? ¿También os pasa? ¿Con qué libros habéis sentido el pellizco? Os leo. 

2 respuestas a «El pellizco»

  1. Avatar de Esperanza
    Esperanza

    Me apunto estos libros!! Definitivamente quiero sentir el famoso pellizco!! Ya que con la Hipótesis del Amor no tuve éxito, seguiré buceando en la novela romántica… No es por ser pelota, pero que yo recuerde últimamente solo he sentido el pellizco, y muy claramente, leyendo La Mejor Jugada, precisamente!! PD. Estupendo el post. Me he reído mucho. Espero que no evoluciones al gore, definitivamente!!

    1. Avatar de Ana Mencey

      Gracias, Esperanza.
      Para mí es un honor que hayas sentido el pellizco con mi libro. Espero seguir generando historias emotivas que provoquen este tipo de reacciones a los lectores. Y no, nada de gore por ahora. ¡¡Muchas gracias por tus palabras!!

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